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La Peste en Sevilla

La Peste bubónica , llamada Peste Negra por las manchas oscuras que anunciaban su presencia, aparece en la ciudad de Sevilla en 1649. Aunque ya había habido, como en el resto de Europa, brotes en años y siglos anteriores, ahora se va manifestar por última vez y de forma apabullante.

Poco antes de ese año, una oleada bubónica ya había avisado a los territorios levantino y andaluz.

A principios de 1649 reaparece epidemia causando los primeros estragos en la provincia de Cádiz y, aunque en nuestra ciudad comienzan a adoptarse tímidas medidas preventivas, pronto se detectarán en sus arrabales casos aislados de infectados. Los primeros casos de peste el Sevilla se detectaron en Triana y San Bernardo, pero también en casas del Arenal. En primavera, tras las primeras lluvias, será en los barrios y asentamientos cercanos al río donde, sobre todo a partir de abril, la peste se presente con mayor virulencia.

La muchedumbre de esas zonas, aterrorizada, busca refugio en el interior amurallado de la ciudad, acentuando el contagio.

A pesar de las evidencias (testigos y quemas de ropa), las autoridades y poderes económicos, niegan su existencia en la ciudad.

Por fin, al llegar la primavera, estación ideal por el alza de temperaturas y elevado índice de humedad para activar el bacilo causante de la afección, el brote de peste en Sevilla se hace incontrolable.

Además, por si fuera poco, la peste coincide en este inicio de la primavera con unas lluvias torrenciales que desbordan el Guadalquivir y anegan el interior de la ciudad provocando una situación dantesca en la misma y con una tremenda crisis agraria que origina una hambruna casi absoluta, la conjunción de estas desgracias nos explicará la enorme cifra de mortandad que veremos más adelante.

Ante esta rapidísima sucesión de acontecimientos las autoridades no tuvieron más remedio que asumir que la peste ya estaba dentro de la ciudad, declarar oficialmente su existencia e iniciar por fin la toma de medidas a gran escala. Medidas que varían desde las religiosas (misas, penitencias, ayunos, rogativas y procesiones) hasta las sensatas, como la quema masiva de ropas y enseres de infectados,  la desinfección de viviendas y calles (con humo de diversas plantas o vinagre) o el enjalbegado con cal de edificios; pasando por las peregrinas como la ordenanza de que se mataran a todos los perros y gatos de la ciudad.

Hubiera sido relativamente efectivo el aislamiento estricto de la ciudad mediante un cordón sanitario en los primeros momentos, pero tampoco hubiera evitado el desbordamiento de la situación.

Paradójicamente, será cuando el mal comience a remitir cuando se cierren las puertas de la ciudad a los sospechosos y a los enfermos que desde el exterior acudían a Sevilla con la esperanza de curarse.

Sí se permitió la arribada de la Flota de Indias, aunque las relaciones marítimas intercontinentales sí habían sido suspendidas en los peores meses de la plaga.

Se constituyen la Junta Municipal y la Junta Real de Sanidad Pública y se pone en funcionamiento el centro de infectados en el Hospital de la Sangre, que pronto es insuficiente y obliga a habilitar otro frente al Monasterio de la Cartuja.

En mayo, la epidemia se había adueñado del casco urbano, y multitud de carros irán por las calles recogiendo cuerpos muertos que eran conducidos para su enterramiento en el Campo de Tablada (Prado de San Sebastián), si bien también se enterraban en el mencionado Hospital de la Sangre en fosas comunes que se abrieron aquí y allá, y en parroquias y conventos, llegando a ser un problema de primera magnitud encontrar sitio para enterrar tanto cadáver.

Pronto empieza a hacerse patente un literal vacío humano en muchas calles y aún barrios de la ciudad. Algunos de los cronistas hablan de una ciudad despoblada.

Hay que tener en cuenta que además de la tremenda mortandad, en los momentos iniciales del estallido pestífero intramuros, serían muchos los que abandonaron la urbe, si bien, de estos solo una minoría tendría lugar a donde ir, básicamente los propietarios de hacienda. La mayoría se encontraría con el agravante de no ser aceptados en ninguna población.

Alguna oportunidad tuvieron los que podían encerrarse con víveres en sus palacios o casas, aún así muchos principales resultaron afectados como por ejemplo el gran imaginero Martínez Montañés.

Para el mes de julio, debido a las altas temperaturas y la disminución de la humedad, comienza a notarse un retroceso en la epidemia y, por fin, para agosto el mal remitió casi completamente.

La Peste, en combinación con las circunstancias descritas, acabó llevándose por delante a más de la mitad de la población de Sevilla, alrededor de unas 60.000 personas , incluso algunos autores opinan que este número podría ser incluso mayor.

Por fin, el 21 de Diciembre se proclamó la declaración oficial del fin de la epidemia en la ciudad.

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